(suposición y certezas)
Escribir estos cuentecillos -‘letrillas’ dicen en los Carnavales de Cádiz- es un poco como salir con la barca a pescar, con mis sinceras disculpas a los pescadores.
Lo habitual es salir con la barca, los remos y las redes. Hacerlo de noche parece que dé más ambiente, pero tampoco es necesario. Se va remando, cigarrito en boca, y si no se encuentra antes un banco, se detiene uno en cualquier momento. En condiciones idílicas lo hace junto al reflejo de la luna -aunque naturalmente no siempre se encuentre ahí- y se contempla lo que hay (y lo que no) alrededor. Es como un viaje de placer cuyo destino exacto no se ha escogido.
Puede suceder que salte la liebre… -ahora dirá alguno “¡ya la hemos liao!”- habrá que actuar sin contemplaciones. Una liebre puede ser un buen pescado, más que por el ajillo por la animada charla que nos permitirá mantener después en el bar. “La liebre salió zumbando entre los matorrales”. “Estaba escurridizo el pez pero con paciencia y maña conseguí capturarlo”. Imagina.
Ahora, lo normal es que no salte la liebre adentrados en el océano, sino poca gente iría al campo. Lo que se espera al salir con la barca a pescar, con humildad pero con expectativas, es encontrar un banquito de boquerones, por ejemplo, o dos buenos ejemplares que sirvan luego tanto para un buen guiso como para una divertida estampa callejera, cada uno en una mano, volviendo de la barca, ya amarrada, por las calles del pueblo en dirección al bar.
Rara vez, si alguna, se encuentra uno el gran banco, ése que una vez recogido y cargado en la bodega, y sobre ella, hace peligrar la estabilidad y capacidad de flote del pequeño cascarón. Sólo la inconsciencia, el deslumbre del botín y ese oculto ansia de notoriedad te embarcan en tamaña empresa. Concentración y meticulosidad permiten acercarse luego a la orilla de esa guisa, a tientas y con más de un susto por el camino. Si se llega, rebosante, y se mantiene la cabeza fría y los pies calientes, es posible que ni siquiera haya que acarrear la carga. Los asombrados convecinos -sus jóvenes, niños, mujeres- lo harán gustosos con algarabía de fiesta y proeza. Si el pescado es sabroso, si se cocina en casa y por las calles, y se vende a los mesones de los pueblos vecinos, se estará cerca de conseguir una estatua en la plazuela, y más cerca aún de ‘tener’ que celebrar con varias rondas de vino.
Existen muchas más combinaciones posibles, pero una de las más lógicas y habituales es volver de redes vacías. El día que te olvidas las redes en casa o que simplemente no tienes ganas de echarlas (más que nada porque después hay que subirlas) no importa que aparezca boquerón, gran banco o liebre alguna. Como mucho intentas algo con el brazo remangado, sin enfocar la vista bajo el agua. Poca cosa para nada. Esa salida te la pegas con el cigarrito en la boca, detenido sobre las aguas iluminadas de luna, contemplando. El mar te mece -rara vez salgo de la bahía- y pasas las horas. Vuelves sin nada. En una, en dos ocasiones puedes narrar el fracaso en el bar. Tiene su encanto. Más veces perdería interés y los parroquianos se volverían para seguir mirando la tele.
Falta, para finalizar, una de las habituales y no por ello suficientemente reconocidas combinaciones. Llegar sin nada pero con algo, como los cuentecillos de estas páginas que pesco y ofrezco emocionada y contenta. Para eso hay que acordarse de las redes, aunque no estén bien cosidas, y salir con ganas de algo más que de fumar. Entonces, tal vez me quede cerca de la orilla, o lo intente un poco más adentro y no tenga la suerte de encontrar un pequeño banco ni una sola pieza importante. ¡Quién sabe si ni era la hora adecuada, el sitio indicado, la estación benigna, la marea acertada…! El truco entonces es echar la red aquí y allá de vez en cuando e ir metiendo la mano en el agua ‘por probar’. Días más disparatados te echas directamente al agua. Y probando casi siempre algo sacas.
Si estás por las rocas y atrapas un pulpo, guiso. Comida solucionada. Si un par de sardinas que andaban despistadas, ¡que las fría el Manolo para acompañar el aperitivo! Fiesta. Sí una bota, una botella o un botijo, historia para amenizar la tarde y echar el ratito con la gente que te escucha y te invita. Lujo.
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