Aún se me va a hacer corto

¿Una nueva rutina es una rutina, o es como 'dejé de fumar, hace cinco minutos'? Sea como sea parece que desde hace un par de semanas muchas hemos empezado nuevas rutinas y generalmente rutinas domésticas. En ésas estaba yo: convencida de lo poco que me afectaba y lo mucho que se parecía ésto a mi aislamiento voluntario de los últimos meses. Si acaso, -con las noticias del Facebook, los memes de los grupos de Whatsapp y las llamadas más habituales de amigas y familiares- más volcada en trabajar (desde casa, sí) y de montar nuevos proyectos. La verdad, no sé si lo he estado haciendo por 'aprovechar la coyuntura' o por aislarme de esos djs espontáneos que nos ofrecen su selección musical desde los balcones y que, no digo que no sean unos magníficos vecinos como estos últimos días todo el mundo dice que son, pero son pésimos djs.

La cuestión es que ayer, con tanto trabajo y tanto proyecto, empecé a notar que 8 días de encierro casi conventual repartido entre ordenador y cocina empezaba a consumirme las fuerzas. ¡Y no será por falta de bizcochos, tortitas, buñuelos, empanadas, tartaletas...! De hecho en mi barrio -y sospecho que en toda la ciudad- los 2 productos realmente más envidiados a estas alturas del encierro son la harina y los sacos de tierra para macetas, que estamos en primavera. El papel de water, por otro lado, parece que ya ha pasado un poco de moda. La cuestión, decía, es que ayer vídeo-contesté mal a un compañero y ahí tuve que reconocer lo que ya me habían sugerido algunas amigas los últimos días: que precisaba vacaciones. Y es que estos días me tocaba estar de vacaciones, lejos de aquí, pero eso... eso es otra historia.

Así que me he cogido el día libre. Me he levantado voluntariamente tarde, he desayunado rico en el balcón, y en vez de encender la máquina del tele-trabajo me he puesto las deportivas y -casi nerviosa- he bajado a la calle. Limones, un poco de fruta y de verdura y tabaco. Lo de la harina, por no hablar de la tierra, era misión imposible. Primero al estanco que por lo visto las fumadoras no necesitamos perro para ir por la calle. Luego mi osadía -y probablemente el buen tiempo que ha hecho- me ha ido alejando en busca de alguna pequeña tienda perdida que pudiese tener harina, aunque en realidad mi inconsciente me conducía al mercado. En la puerta del lado que da a la plaza he visto a la policía, pero al fijarme mejor he visto que eran los locales y estaban merendando. Así que he entrado sin sentirme sospechosa y, no sé, no es que hubiese mucha gente pero los puestos estaban abiertos y había vida. Después de 8 días en casa me ha dado una alegría enorme.

Me he parado a saludar a la madre de Aitor y le he comprado limones y judías verdes. Unos 5 minutos de charla para un kilo y cuarto. En el puesto de Guada -con quién algún día tendré que quedar para tomar una cerveza- he comprado medio de champis y 4 plátanos. Diez minutos de cómo lo llevas, yo estoy bien, yo ya no lo aguanto, cuídate, besos. Tal vez no estuviera sólo cansada por el trabajo sino que necesitase hablar. Porque desde luego me encanta hablar... entre otras cosas. Incluso creo que por eso escribo, más que por los miles de fans que me persiguen a diario y por las cartas de amor que recibo que tiene que responder mi secretaria, pero esa también es otra historia. Reconozco que, de vez en cuando, también me invento alguna noticia respecto al virus (igual que antes hacía respecto a diversos temas, para entretener más que nada), aunque tal y cómo está el patio, no me extrañaría que al final lo que imagino pueda llegar a ser tan cierto como que un bichito diminuto tiene al planeta en jaque.

Después he ido al pescado, casi sólo a charlar, que no necesitaba nada. Me he parado en mi puesto, y aunque el mercado no estaba vacío, hoy no era -desde luego- día de colas. He saludado a Simón y nos hemos quedado riendo y charlando un rato. En nuestra línea (y a 2 metros de distancia), porque desde hará medio año parece que cada vez que paso a comprarle pescado estamos ligando, cortesmente y sin ninguna expectativa, eso sí. Bueno, ahora tengo motivos para dudarlo. Del hola hemos pasado al qué tal, del qué tal al corona, del corona a las gambas, de las gambas al pulpo y del pulpo otra vez al corona. Como el tema había salido dos veces ya, me he atrevido con mis frases graciosas de la semana. Que 'aún se me va a hacer corto esto a mí', que con la que estamos liando en las cocinas 'a ver quién nos saca de casa cuando nos dejen salir'... Aunque ha sido con la de 'cuando acabe esto voy a bajar a la calle y voy a abrazar y morrear a todo el mundo' que me ha confesado que a él le pasaba lo mismo, y no sé cómo en un instante ya estábamos abrazados los dos. Del abrazo entrañable entre salmonetes y sardinas, no sé que virus nos ha llevado a la trasera, y lo de los morreos en la boca se ha quedado en cuento de niños. Si no fuese mayorcita, mi mayor preocupación ahora mismo sería el haber quedado traumatizada y tener un pequeño orgasmo cada vez que comiese pescaito frito. Rubor, gozo, tinta de calamar... no sé, pero he salido del mercado totalmente desorientada y feliz, a millones de kilómetros de distancia de este mal capítulo de Black Mirror.

Ha sido entonces cuando volviendo a casa -creo- me he cruzado con una señora con máscara que llevaba ¡un saco de tierra! Le he preguntado y me ha indicado que era de una tienda de ahí al lado, que también tenían pienso para mascotas y por eso podía abrir. He comprado un buen saco y como trofeo lo he cargado, ahora sí hacia casa. En la penúltima frutería he probado suerte y he preguntado si tenían harina. "¿Que harina?" me ha preguntado una joven muy guapa con la cara medio quemada. "De trigo". "De trigo no me queda", me ha dicho. Entonces he pensado que por qué no cogía una de esas de yuca. Le he preguntado si valían para hacer bizcochos o empanadas. "Claro" -me ha respondido- "y también pandebono". He comprado la harina y me ha regalado la receta antes de prometerle que volvería para contarle, y de intercambiar saludos y cariños.

He llegado a casa. He soltado el trofeo en el suelo y abandonado el resto del botín sobre la mesa del comedor. Me he dejado caer en el sofá y he encendido un piti porque todavía estaba en mi día de vacaciones. Expulsando el humo de la primera calada me he puesto a pensar: "Tal vez las noticias que me invento no sean tan falsas. Tal vez mis frases graciosas no son más que la cristalina verdad". Aún se me va a hacer corto esto a mí.

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Texto
Castellano
3 de Abril de 2020

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